Valcárcel Medina oficiante

Ayer, en víspera de los festejos que desde hoy celebran la boda del arte y el mercado, Isidoro Valcárcel Medina ofició un servicio que me atrevo a calificar de misa laica, de misa de cuaresma. Fue en el teatro del Centro Conde Duque de Madrid, donde un centenar de fieles asistimos a una performance que él calificó de “función”, como en los buenos viejos tiempos, en cuyo escenario se hizo presente después que cuatro perfomer a los que califica de “danzantes”, pegaran de manera aleatoria, tanto en las paredes como en el suelo, 123 carteles numerados de 1 a 123. El entró, puso sobre la mesa un atril y luego se dedicó a recoger los carteles de mayor a menor, invirtiendo el orden numérico: 123, 122, 121…Cierto, una obra nueva, en terreno escénico nuevo, pero desde luego nada sorprendente para quienes hemos seguido durante muchos años, la trayectoria de un artista que es un referente estético pero sobre todo un referente estético. O mejor: un artista en cuya obra la coherencia entre ética y estética es verdaderamente excepcional. Porque ese escenario escueto, esa mesa minimalista, esos carteles numerados a mano, esos cuatro danzantes vestidos con traje de calle, y la acción misma de desordenar para luego ordenar lo que no eran más que números, eran, son, congruentes con la ética de la austeridad y la pobreza de quien se ha empeñado en contrariar por sistema la lógica del mercado del arte. Su inevitable espectacularidad, su propensión al impacto visual, el exceso y  la alegoría. Y tan asediado hoy más que nunca por maniobras especulativas que subordinan la obra de arte hasta el punto de reducirla a moneda de cambio.

<<Función 1,2, 3 >>, el título de esta obra que, como un oficio de cuaresma, nos recordó cuan vacuo  es todo aquello de lo que solemos envanecernos.

(08.09.2021)

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