Viendo esta opus prima de Catalina Vasconcelos sentí hasta qué punto estamos atrapados en un acelerador de partículas en las que las partículas somos nosotros y el acelerador el mismísimo capital. Porque si algo tiene de rotundo esta morosa primera película de la joven realizadora portuguesa es su negativa a someterse al motion is emotión, alfa y omega del cine de Hollywood, su principio y su más obstinada finalidad. Tan congruente con la adopción por la modernidad del modelo dinámico de la energía diseccionado meticulosamente en su “Estética fósil” por Jaime Vindel. Vasconcelos se niega a hacer cualquier concesión, componiendo una película cuyo modelo si se quiere es el detallado y amoroso repaso de un álbum familiar. Esta singular metamorfosis está articulada por imágenes fijas, fotogramas duraderos, que dan pie – nunca mejor dicho – a comentarios de voces en off que van enlazando unos con otros, sin ceder nunca a la tentación del absorbente desarrollo lineal del drama o la tragedia. Podría decirse que dichos comentarios son divagaciones, caminatas sin rumbo por las sendas perdidas del bosque, que entre todas van arrojando luz sobre la vida y sobre todo sobre los recuerdos que conserva de ella Vasconcelos. Un padre marinero siempre ausente, una madre dedicada a la crianza de seis hijos y los propios hijos que, como pájaros, terminan volando lejos del nido tan obstinadamente guardado por la madre. Un tema como cualquier otro, protagonizada por gente como cualquier otra, abordado sin dar lugar a estridencias y sobresaltos e iluminado por la voluntad de la directora de asociar a su madre con la naturaleza, mejor con la Madre Tierra, de la que es parte indispensable y en la que se arraiga y se eleva al cielo con el ímpetu sin apremios de los árboles. Si me dieran a elegir un episodio que fuera la clave de este filme elegiría aquel en el que el padre ya jubilado, sentado ante un gran espejo con los folios del guion entre las manos, le reprocha falta de verosimilitud. Has cambiado hasta mi nombre- exclama entre sorprendido y atónito. Pasando así por alto la naturaleza del trabajo de la memoria sobre los recuerdos, las “huellas mnémicas” que diría Freud, que son sujetas por la imaginación a una constante reelaboración, cuyo producto más subyugante y enigmático son los sueños. Y su versión diurna: el cine.
Otro sí. Si aceptamos que el pájaro, al igual que la mariposa, son alegoría del alma, la metamorfosis pájaros resultaría en este caso ser la del alma de Catalina Vasconcelos o mejor aún, la de las almas de su familia.