El Cristo de Leo Ferrari.

La exhibición del Cristo de León Ferrari en su exposición  La bondadosa crueldad en el Museo Reina Sofía de Madrid habría resultado  irritante en cualquier otra navidad que no fuera esta. Su imagen chocante tanto por el patetismo del Cristo como por el reemplazo de la cruz por un caza F-18 americano, habría despertado el rechazo no solo de los creyentes más devotos sino también la de los incrédulos y escépticos para quienes la  Navidad es ante todo una ocasión de fiesta y francachela, cuyo emblema no es el belén sino el pino. Ese vestigio pagano reactivado por el hedonismo sin límite aparente que campa o debiera campar en estas fechas. Aunque no solo en ellas.  Creyentes y escépticos  habrían deplorado que se exhibiera en un museo de tanto impacto mediático como el Reina Sofía una imagen que tan crudamente evoca la tortura y la muerte del redentor en fechas consagradas precisamente celebrar ejemplarmente el triunfo de la vida sobre la muerte.

Pero sucede que estas celebraciones navideñas son también las de ese virus invisible y ubicuo que asedia nuestras vidas exponiéndolas a cada paso al riesgo de una muerte, con frecuencia es tanto o más atroz que la padecida por Cristo. Desde luego no hacía falta que viniera el Cristo de Ferrari para que nos recordara, en medio de la alegría navideña empañada por el virus, la fugacidad de las riquezas y los placeres mundanos y nuestra ineludible condena a muerte. Pero ya que está aquí, ya que el azar interpuesto en la necesidad, ha traído este memento mori a nuestra casa con el diario de la mañana o con la consulta ritual a Internet, no podemos menos que reconocer que desgraciadamente su llegada resulta oportuna. Invoca la muerte cuando menos la deseamos y cuando más necesitamos exorcizarla.

La ambigüedad del conjuro que es a la vez invocación y exorcismo -sustrato de las celebraciones navideñas que hacen coincidir el nacimiento de quien encarna la promesa de una nueva vida con el fúnebre solsticio de invierno – reaparece en el Cristo de Ferrari. Que ha despertado la indignación de los fariseos incapaces de advertir que el acoplamiento heterodoxo de Cristo y el F-18 es también la irritada denuncia de una civilización que se proclama cristiana con el mismo empeño con que con sus guerras sin fin niega el Sermón de la Montaña. De una civilización para la que de hecho Jesús de Nazaret es un hereje.

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